Crítica teatral «La bella y la bestia»
Nuestra secretaria académica, Pilar Jansa, ha dedicado la siguiente crítica teatral a la obra «La bella y la bestia» organizada y representada por la APA:
Querida Asociación de Padres de Alumnos:
Cuando voy a algún espectáculo no siempre busco información detallada con antelación. Uno de los regalos que me hago no es otro que la posibilidad de sorprenderme.
Otra de las cosas que hago es dejar pasar unas horas, un día, quizá dos, y volver mi pensamiento sobre lo que he visto, y ahí, analizo, disfruto, veo matices nuevos y la obra toma otra vida más allá del escenario y de la espectadora anónima que soy sentada en mi butaca.
El sábado 22 cerré los ojos en el último acto de Carmen y me limité a escuchar la música de Bizet, que es bella durante toda la obra, y disfruté de las voces de los cantantes, que eran buenas, fuertes y apasionadas como exigía el libreto. Y cuando hacía esto, en un agujero de mi cerebro –dispongo de varios, agujeros, digo– pensaba que el vestuario y la escenografía estaban lejos de la Carmen que conozco y siento, y que en mi Colegio un grupo de actores unidos por la ilusión, pasión y compromiso estarían actuando con un atrezzo impecable. Lo sabía.
Al salir, pedí disculpas para consultar el whatsapp… y no llegaba nada porque algo ocurrió en la red. Y llegó el domigo. Y os voy a contar lo que viví. Fila 3. Asiento 3.
Al llegar, unas voluntarias me acompañaron y aclararon cuáles eran las normas del teatro: fotos sin flash y ausencia de comidas y bebida. El cableado oculto, los ayudantes debidamente uniformados para ser distinguidos entre el público. Aquello pintaba bien. De momento estábamos en el María Guerrero. Presentación de miembros de la APA con acompañantes de atrezzo… y arriba el telón. El arte de Talía envolvería el ambiente de la sala. Ahora ya en el Teatro de la Zarzuela.
Un vestuario delicado, sabiamente elegido, plástico y visual predominó durante toda la obra. Los actores supieron desenvolverse ya fueran tazas, platos, tenedores, cucharas o tetera, candelabro o reloj locuaz. En ese momento ya estaba en West End de Londres.
La coreografía tenía clásico, contemporáneo, juego en el escenario y una actriz versátil que, desde el demi plié a la flexibilidad de un saltimbanqui que acompañaba a Gastón, hacia danzar la mente del espectador como una gacela y el espacio se tornaba amplio y ligero. Y me llevó a bailar con Mark Morris a Nueva York. Magnífico.
Las voces, trabajadas, en el punto adecuado y muy bien elegidas para los personajes. La labor de selección de los actores en función de la voz, el físico y el movimiento solo se hacen con un buen criterio de selección y aquí lo ha habido. Bravo, director.
Poner niños en escena no siempre resulta fácil, pero aquí el cuidado, el momento, la finalidad y el vestuario han sido un verdadero acierto. Los niños-lobos sentados en primera fila atendían sin pestañear lo que ocurría en escena. Han salido en el momento oportuno y, con la fiereza propia de los lobos en manada, han cumplido sobradamente su función. Nos han llevado a Salzburgo y sonaba la flauta mágica. Mozart y los niños con nosotros. ¿Qué más se puede pedir?
La Bestia se transformó en la bondad y el amor tras la mirada tierna y cariñosa de quien es delicada en sus formas, en sus gestos y en su corazón, nuestra Bella. En prueba de su amor le regaló una biblioteca colosal que no es un regalo material en sí mismo, sino una experiencia. Cada una de las páginas, una experiencia; cada libro, una oportunidad. Equilibrio, belleza y determinación… se hizo presente Cecilia Bartoli, no lo duden. La Bestia, la bondad y el amor se transformaron en el príncipe soñado por cada una de las mujeres del patio de butacas.
Y Gastón, que es el antagonista, el que encarna los valores contrarios a nuestra Bella y Bestia, llenó la escena, utilizó el gesto preciso, la mirada retadora, la fanfarronería verosímil, el ego engrandecido… y sucumbimos ante él como si del mismísimo Indiana Jones se tratara. En fin, ya hemos llegado a Hollywood. Y tan a gusto.
El padre de la Bella, con un cerebro creativo, un corazón generoso y una entrega paternal a su hija…nos llevó a Collodi y nuestro Geppetto. Un clásico ante nosotros.
El conjunto de personajes hechizados, el reloj parlante, la luz que todo lo ilumina, el plumero y, no quisiera dejarme a ningún niño en la tetera… se fueron superando a lo largo de la obra y parecían franceses de la Francia y Oh la la! Tres jolie! Por fin, en la Ópera Garnier.
El resto de personajes que acompañaban estaban sincronizados en una coordinación de reloj suizo y alegraban, acompañaban en todo momento con el gesto, la voz, el movimiento escénico. Un vestuario colorido y armónico. Se trataba de la coreografía de un musical como ¿Billy Eliot?
Por último, el público, impecable, selecto, sabedor de que ante ellos se estaba representando algo único, maravilloso, entrañable. Un fuerte aplauso por ellos. Sin público no hay obra.
La obra, acertada; el lugar, idóneo; el elenco, intachable; la dirección, experimentada; el vestuario, sublime; la escenografía, perfecta; la coreografía, el público, mi Colegio… me sentí que estaba en la butaca 24 del piso 2, de los pares… que estaba sentada en el Teatro Real. ¡Arriba el telón!
Mil gracias de corazón.