Maestros de la cuarentena
Han pasado ya seis semanas desde aquel día en que dijeron que se suspendían las clases. Algunos tardaremos mucho en olvidarlo. Era un martes a las 9 de la mañana y ellos, nuestros alumnos, se agolpaban puntualmente en las puertas de las clases nerviosos y con millones de preguntas para nosotros, los profesores, que tampoco sabíamos mucho más que ellos.
Aquel día ignorábamos lo que se nos venía encima. Algunos se creían que empezaban unas cómodas vacaciones lejos de los exámenes y los libros y lo estaban deseando. Las indicaciones eran muy claras: hoy nos llevamos todo a casa. Por supuesto, la mayoría se dejó algo. “¿Qué sabía yo que nos íbamos a pasar así más de un mes?” todavía nos dicen. Pues es verdad, nosotros tampoco lo sabíamos. Aquel día lo dedicamos a enseñar a nuestros alumnos a utilizar una herramienta que nosotros habíamos aprendido a usar el día anterior a marchas forzosas. Todos teníamos muchas dudas sobre cómo iba a salir todo aquello.
Los primeros días fueron frenéticos. Nadie sabía muy bien cómo enfrentarse a las clases online, pero lo hicimos. Cada día se nos iban ocurriendo ideas nuevas para emular a través de Teams nuestras rutinas del día a día de clase. Nuestros grupos de WhatsApp echaban humo con dudas, propuestas e ideas. Estábamos separados, pero a la vez más unidos que nunca. Todas las dificultades que iban surgiendo las solucionábamos juntos, el problema de uno se convertía en el problema de todos y las muchas ideas que iban surgiendo no tenían dueño. Esta situación probó lo que una vez me dijo un compañero del colegio: el grupo engrandece al individuo.
Han pasado ya seis semanas. Estamos más aburridos, más desanimados y tenemos, si cabe, más ganas aún de que esto termine, pero todavía conservamos intacta la ilusión del primer día: continuar con nuestro trabajo, compartiendo nuestro tiempo y nuestro conocimiento (no siempre académico) con los alumnos.
Día a día nos seguimos conectando para permanecer juntos en esto y continuamos esforzándonos para que, al menos, un aspecto de nuestras vidas sea normal. Sin embargo, esto no habría sido posible solamente con ilusión y esfuerzo. No. Hay algo que ha sido todavía más fuerte que eso: nuestros alumnos. Ellos están siendo los artistas revelación de esta especie de película que estamos viviendo. Ellos, con sus voces a través de las videoconferencias, con su constancia, con sus dudas (aunque para muchas de ellas no tengamos respuesta) y sobre todo, con su cariño, nos han dado la fuerza necesaria para seguir adelante.
A ellos, los nativos digitales, la generación Z, también se les está haciendo difícil todo esto. Antes vivían (como todos) pegados a las pantallas y ahora están deseando poder separarse un poco de ellas. La tecnología es ahora nuestra única forma de trabajar, de aprender, de entretenernos, de relacionarnos y de informarnos. En pequeñas y grandes pantallas buscamos las dosis de felicidad que nos ha arrebatado la cuarentena. Quizás hacía falta que pasara algo así para darnos cuenta de que las pantallas no sustituyen a las personas. En medio de este sinfín de mensajes de WhatsApp, videollamadas con gente a la que hacía años que no veías, memes, Netflix, noticias y bulos, solo nos queda esperar. Esperar y dar las gracias. Yo doy las gracias a mis alumnos. No sé qué habría sido de mí esta cuarentena sin ellos.
Este curso nos han quitado mucho, de eso no cabe duda. Hemos perdido clases presenciales, excursiones, viajes, concursos, graduaciones… Pero no por ello hemos dejado de aprender. Hemos tenido la suerte de poder seguir aprendiendo juntos y, además, nos llevamos una lección muy valiosa. Hemos aprendido a valorar lo que teníamos. Cuando termine todo esto volveremos a la normalidad. Volveremos a las aulas, a reírnos en directo, a contar anécdotas, a hacer bromas. También volveremos a tener alguna que otra afonía y a quejarnos por el tráfico o por lo mucho que falta para las vacaciones… Pero espero que no olvidemos nunca lo mucho que hemos echado todo eso de menos y sigamos sabiendo valorarlo.
María Martínez González
Profesora de lengua castellana y literatura
Colegio CEU San Pablo Sanchinarro