Un colegio con corazón, una nueva historia
Salí del despacho de Mónica tras una reunión y me encaminé hacia el pasillo de Educación Infantil rumbo a otro destino. Eran las 12:30, por lo que los alumnos de cuatro años, acompañados de su tutora, salían en fila hacia el comedor. Minúsculos, con el babi puesto, y siguiendo un orden casi milimétrico, pisaban el suelo con sus diminutos pies.
Uno de ellos se llevaba la mano a la frente entre lágrimas al tiempo que buscaba con la mirada a su profesora. Pero su mirada se encontró con la mía. Mientras nos mirábamos, me di cuenta de que había abierto los brazos para que lo cogiera… así que, en menos de un segundo, ¡ya estábamos abrazados! La tutora me hizo saber que mi amigo y sus compañeros de clase jugaban a ser Spiderman o Superman, por lo que a menudo se lanzaban en plancha como si el babi fuera una capa que les brindara fabulosos poderes. El resultado de estas acciones heroicas solía ser un estrepitoso choque contra el suelo. Y esa, a fin de cuentas, era la causa del llanto de quien colgaba en ese preciso instante de mi cuello.
Sabedora de todo esto, le dije a mi querido Alfonso: «Ya sabes que mamá y yo somos amigas. Tu mamá me envía muchos besos por correo electrónico para que yo te los dé. Así que yo te doy los besos de mamá, tú te curas y te vas tan contento al comedor con tus compañeros. ¿Te parece bien?». Alfonso asintió con la cabeza, de modo que le di encantada los besos de su madre.
Al finalizar la sonora tanda de besos, sus lágrimas desaparecieron, nos dimos un abrazo muy fuerte y puso otra vez sus diminutos pies en el suelo para continuar su camino hacia el comedor. Le vi integrarse de nuevo en el paisaje de tela de rayas azules y blancas y… algo debió de pasar porque, al dirigirme a mi siguiente destino, las lágrimas que ya no tenía Alfonso asomaron tímidamente a mis ojos.
¡Hasta la semana que viene!
Nona te emociona