Manifiesto del 25 Congreso Católicos y Vida Pública
“La evangelización, en todo tiempo y lugar, tiene siempre como punto central y último a Jesús, a Cristo, el Hijo de Dios; y el crucifijo es por excelencia el signo distintivo de quien anuncia el Evangelio: signo de amor y de paz, llamada a la conversión y a la reconciliación”. Estas palabras de Benedicto XVI reflejan de manera explícita nuestra misión en el mundo: mostrar a Dios a toda la humanidad. Porque solamente donde se ve a Dios, comienza verdaderamente la vida o, como afirmó Mons. Rouco Varela en el acto de presentación de este Congreso, “hay que descubrir de nuevo la fe en Dios, como fondo que te causa y fin al que vas”.
En un contexto como el actual en el que se promueve conscientemente el relativismo, donde se perciben evidentes carencias de espiritualidad, multitud de situaciones confusas y una falta de constancia en la educación de la razón, debemos poner en el centro de nuestras vidas la Verdad del Evangelio para dar a conocer la luz de Cristo. Ya apuntaba Cicerón a que, “como nada es más hermoso que conocer la Verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad”. Nos enfrentamos a una crisis de la Verdad, sostenida por la comodidad y el bienestar, pero hemos de comprometernos a la hora de elegir entre una verdad incómoda y una mentira cómoda.
Desde hace ahora 25 años, el Congreso Católicos y Vida Pública -obra de la Asociación Católica de Propagandistas-, se ha mantenido fiel en todas sus ediciones al mismo espíritu evangelizador y de servicio a la Iglesia, mostrando al mundo entero la fortaleza de la fe cristiana y creando un lugar de encuentro vivo y acogedor para todas las realidades católicas. Seamos fieles testigos, mensajeros y embajadores en el nombre de Cristo para seguir cumpliendo nuestra misión, que seamos ejemplo en nuestras vidas y que puedan verlo otros donde quiera que nuestro Señor nos sitúe y envíe.
En una sociedad donde cada vez es más palpable la ausencia de Cristo en la vida pública, lo lógico es que vayan desapareciendo los pilares que la sustentan y se desvanezcan todos aquellos fundamentos éticos, morales y religiosos que necesariamente van unidos a la existencia de Dios. Por eso es tan importante ser protagonistas en la evangelización, porque la humanidad se está quedando vacía sin su Presencia y convirtiendo a las personas en unos seres sin rumbo, desarraigados, fugitivos de su patria, sin esperanza, desahuciados de su hogar, de su fe y su tradición. En una situación cada vez más marginal para la religión, los laicos debemos ser conscientes de todo lo que representa el ejercicio adulto de la identidad cristiana, en un mundo que se ha desmoralizado y que ha perdido sus creencias.
No cabe duda de que el proceso de descristianización es doloroso para todos los creyentes, pero también es cierto que nos encontramos ante un desafío revitalizador, un momento en el que un católico también puede ver en las circunstancias actuales una oportunidad para renovar e impulsar algunas dimensiones de la fe que no habían sido suficientemente desarrolladas o que habían perdido parte de su fuerza original. Así lo pudimos comprobar ayer mismo en el Congreso Juvenil, con más de 400 jóvenes adorando al Señor en un ambiente inigualable y desbordante de devoción, una muestra más de que la juventud, a través de la Gracia del Espíritu Santo, va a seguir predicando el Evangelio con entrega y fidelidad al mandato de Jesucristo. Por eso, con optimismo y esperanza, haciendo partícipes a católicos y no católicos, a todos los hombres y mujeres de buen corazón, manifestamos lo siguiente:
- Por su singular trayectoria histórica, España es una nación en la que el cristianismo es un elemento sustancial de su propia existencia y de su cultura. Esta identidad cristiana de nuestra Historia es el marco de los principios y valores que articulan la sociedad hispana, y que deben ser defendidos y compartidos comunitariamente, con independencia de las creencias particulares de cada persona. La incorporación de las Indias a la Corona española a partir del descubrimiento de América tiene, desde el primer momento, un carácter misional que trasciende la mera expansión territorial. Es más, el verdadero sentido de este desarrollo hispánico incorpora a los habitantes del Nuevo Mundo, con el objetivo primordial de evangelizar y acercar la fe a los distintos pueblos americanos.
- La historia de la cristiandad nos muestra, utilizando la célebre expresión del cardenal Ratzinger, cómo la principal apología de la fe la han realizado el arte y la vida de los Santos que han surgido en el seno de la Iglesia. Si la reflexión lógica permite adentrarse en el Misterio, es la experiencia estética la que provoca el encuentro con esa presencia del Dios revelado. Por eso el arte ha sido históricamente el cauce natural de evangelización de la Iglesia desde sus orígenes y así debe continuar siéndolo en el siglo XXI, bien sea a través de la música, de los cantos, de la imaginería, del cine, de la literatura y de los medios de comunicación. Y es que María, la joven hilandera de Nazaret, inició en la Iglesia la vía del arte y la belleza para el culto divino. Ella, con su vida y con su arte realizó la gran apología del cristianismo y nos dejó este inspirador legado para la evangelización.
- El cristianismo limita el poder, abre espacios de libertad y, por estos y otros motivos, es perseguido en muchos lugares del mundo. “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt. 5, 1-12). Es nuestra obligación ser altavoz y denuncia permanente de los cristianos perseguidos. No olvidemos que estos hermanos nuestros son acosados porque la Verdad siempre lo es y porque Jesucristo nos dijo que seríamos hostigados hasta el final de los tiempos. Evangelicemos a estos cristianos apoyándoles, mostrándoles cercanía, rezando por ellos, ayudando materialmente y entendiendo sus necesidades, que sientan con nosotros que somos Iglesia universal. Por su parte, ellos, con su ejemplo, nos transmiten la evangelización a través de la fe comprometida, la valentía, la vivencia en comunidad, el perdón, la fidelidad, la esperanza y la alegría. Nosotros podemos ser su esperanza, pero ellos, ciertamente, son nuestra esperanza.
- El trabajo del hombre es el pilar trascendental de toda la cuestión social, contribuye al desarrollo integral de cada uno y posee un sentido de cuidado y servicio a Dios, a los demás y a la propia naturaleza. La concepción cristiana del trabajo tiene su raíz en la Sagrada Escritura, en la que descubrimos que el ser humano fue creado para trabajar, como manifestación de su ser a imagen y semejanza de Dios, y que le permite su participación en la obra creadora para perfeccionar el mundo que Dios nos regala. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor y se ordena al amor. Inspiremos y ayudemos a la sociedad a que supere una concepción alienante del trabajo y la traslade a un mayor reconocimiento de la dignidad de la persona en su ámbito laboral. En este sentido, proponemos el paradigma persona-comunidad, en el que la dignidad de la persona radica en el hecho de ser y en el que la comunidad ansía el bien común, dejando la proyección social como algo intrínseco al hombre.
- Ante los desafíos que hoy presentan la ciencia y la tecnología para la vida humana, como la extensión de las prácticas eugenésicas, el transhumanismo y las teorías de la mejora de la especie humana, hacemos una llamada a la responsabilidad y a la prudencia que deben regir toda intervención sobre la vida de las personas. La dignidad entendida como el valor intrínseco de todo ser humano, independientemente de su utilidad, nos lleva a llamar la atención sobre el debido cuidado que merecen todas las personas, particularmente aquellas que se encuentra en una situación de especial vulnerabilidad. Ante esta realidad, como católicos nos sabemos llamados, de manera urgente, a defender y acompañar a todo ser humano en estas circunstancias, donde su integridad y derecho a la vida estén amenazados. Este acompañamiento nos lleva a fijar la mirada en referentes que actualicen la llamada de Cristo ante la emergencia bioética actual. En palabras del venerable Jérôme Lejeune, queremos recordar que “la calidad de una civilización se mide por el respeto que profesa a los más débiles de sus miembros. No hay otro criterio para juzgarla”. Nuestro compromiso por humanizar nuestra civilización exige de los católicos la toma de conciencia ante esta realidad y una formación rigurosa y actualizada que nos lleve a formar y transformar toda nuestra sociedad, como auténticos servidores de la vida.
- La familia es un lugar privilegiado para la transmisión de la fe: de padres a hijos, entre esposos, entre hermanos y también de hijos a padres. Esta propagación de la fe en el ámbito familiar no es esencialmente distinta de la educación. Exige un conocimiento profundo del educando y de su camino personal, así como un respeto a su libertad y momento vital. Además, exige de los padres una preocupación de la propia fe, por encima de la de sus hijos, ya que lo que verdaderamente educa -mucho más que lo que decimos- es lo que vivimos y los motivos por los que damos la vida. La fe necesita ser vivida y compartida en comunidad, entre amigos y familiares. De este modo, se origina un potencial educativo mucho más robusto que el que se da en una familia aislada o alejada de una comunidad.
- La escuela es un espacio irrenunciable de evangelización. La presencia de la Iglesia en la educación no solo pretende la formación humana integral de los jóvenes ni es la respuesta eclesial a una necesidad social, sino que es parte esencial de su identidad y misión. La evangelización en la educación no es solo un bien para las instituciones religiosas, sino fundamentalmente supone un derecho para el conjunto de la sociedad, el ejercicio de sus libertades y la garantía de la pluralidad democrática. Es nuestro deber desenmascarar y generar una reacción social ante la incorporación cada vez más evidente de opciones políticas e ideológicas en la normativa educativa y en el ámbito escolar, no consensuadas socialmente ni elegidas por los padres ni por los centros. Este ataque contra la libertad de enseñanza supone una intromisión acrítica a los alumnos y un adoctrinamiento que vulnera el principio de neutralidad de los poderes públicos. Es desde la concienciación argumentada de la necesaria defensa de los derechos y las libertades de los ciudadanos y desde la implicación personal de cada creyente en la generación de una corriente social de su entorno y su ámbito, lo que nos permitirá anunciar un Evangelio que no podemos, bajo ningún concepto, dejar de difundir. El cristiano está llamado siempre a la evangelización.
En definitiva, vivimos en un mundo secularizado y, por tanto, descristianizado. Tenemos el deber de actualizar el mandato evangélico de Cristo, asumiendo la necesidad de volver a “re-evangelizar” nuestra propia sociedad y siendo conscientes de que los países occidentales son también hoy tierras de misión. Esta nueva evangelización tiene un cauce fundamental en la vivencia comunitaria de la fe, necesaria para hacer que, en lo personal, podamos mantenernos fieles en un contexto adverso y, socialmente, podamos contribuir mejor a la propuesta católica, manteniendo nuestra herencia cristiana como una tradición viva que transmitir a los demás.